El pueblo va sumiéndose en el sueño; dentro del mismo establo, pues no hay cuarto, cumplido ya el momento para el parto nace Dios como un pobre lugareño.
Acoge al primer lloro del pequeño un áspero serón hecho de esparto. Lleno de paz, amamantado y harto, dormita frente al fuego de un gran leño.
El rojo de las llamas ilumina al Niño acurrucado con su madre y caldea la estancia donde el padre se ablanda al contemplar la tierna escena. Mientras fuera, Belén en su rutina descansa sin saber que es Nochebuena.